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Acerca de mi profesión. ¿Qué hacer en caso de ética?

Como observadores cotidianos de la realidad maquillada de los medios, como comunicadores masivos hacia dentro y fuera de una comunidad, nuestra naturaleza será seleccionar lo más importante e interesante de la porción de vida que se nos presenta frente a nuestras máquinas –una cámara fotográfica, una cámara de video-, y la capacidad que cada individuo tiene de manifestar un criterio no agresivo de esta realidad es significativa. Como fotógrafo, como hombre calificado por la experiencia y marcado por la coraza de la industria de la imagen, siempre será necesario hacer una pausa dentro del remolino de situaciones, y dejar de opinar. Sólo observar. Sólo contemplar. Recordar que el visor de la máquina fotográfica es una invención del hombre, y que el mundo es más vasto que ese recuadro de dos centímetros.
El homo photographicus, el individuo que “captura” imágenes para la comprensión del medio que lo rodea, es un anti-inocente o bien, si se prefiere, un cazador. La presencia de su ojo mecánico en situaciones de poca o mucha complejidad emocional, implica una generalizada falta de respeto en la comunidad interrumpida. Es entonces, y sólo ahí, cuando la percepción sensibilizada del fotógrafo, por situarse en esa realidad, se desvanece y se trastoca en una agresión de sensaciones.
¿Qué sucede cuando nuestro ojo está cubierto por un instrumento de un valor económico mayor que el de la vestimenta de nuestro motivo? ¿Qué sucede cuando bajamos la máquina fotográfica al nivel de nuestro vientre y nos exponemos –irónica expresión de la profesión- vulnerables con nuestros ojos puestos en el motivo? El motivo se convierte en individuo, quien deja de ser una imagen, algo capturable. Es único, es irrepetible, incorruptible e inalienable. Es inocente, antes y después.
La pureza del inocente se manifiesta en dos tiempos: el niño, la niña, los individuos cuya vida se desarrolla en una aparente sencillez, definida por la fuerza del trabajo diario, la simulación lúdica del caos, el frío y el sol; sin gasolina, sin poliéster. Por otra parte, la inocencia en su incorruptibilidad, la belleza intelectual de la ignorancia enciclopédica, mas no ignorancia de la experiencia; una inocencia que se manifiesta en la autenticidad de la sonrisa en el contacto humano; la necesidad de la supervivencia, y no la necedad del status.

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