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El Beso de la Mujer Araña (reseña)

El beso de la mujer araña
Manuel Puig

“A ella se le ve que algo raro tiene. Que no es una mujer como todas”. De esta manera inicia “El Beso de La Mujer Araña”, la novela más conocida del escritor argentino Manuel Puig (también autor de “La traición de Rita Hayworth” y “Boquitas Pintadas”), quien emana de sus obras cierta ironía sentimental frente a la vida. Relata el proceso de reconocimiento que existe a través de unos cuantos meses entre Valentín Arregui Paz y Luis Alberto Molina, presos en la Penitenciaría de la Cuidad de Buenos Aires, Argentina.
En un principio, el autor presenta dos situaciones subjetivas muy distintas entre sí: mientras que Valentín es un perseguido político que lucha contra el sistema Argentino, Molina es una persona homosexual que es recluida por corrupción de menores.
Molina es homosexual. Molina es sumiso. Molina es imaginativo. Molina es un personaje sumamente emocional. El personaje se cierne sobre base prefabricadas de cómo un autor debe idealizar a alguien con esas características, pero es de notar que tiene una seria crisis de identidad... no sabe si hacer el bien o el mal. No sabe si traicionar o morir. Sin embargo, tiene una calidad humana de la cual se debe aprender: su mayor ambición durante el libro es salir en libertad condicional por buena conducta, para ser capaz de cuidar a su madre, para seguir viviendo, para poder tener algo para sí mismo. Y cuando lo tiene, aunque sea en su mente, será feliz. O por lo menos eso es lo que quiere creer Valentín.
Cabe destacar que esta novela podría parecer a grandes rasgos, un tratado mimetizado de la homosexualidad y del acondicionamiento que lleva a la libertad. A la liberación del sexualidad en el entorno en el que Valentín se desenvuelve, así como también a la liberación del espíritu a través de las ideas combativas de Valentín. Como reflejo de la descripción de la novela como “un tratado mimetizado de la homosexualidad”, en la misma se presentan, por causas casi ajenas a la línea de narración, hipótesis de los hechos que llevan a una persona a elegir su preferencia sexual a través de pies de página insertados a lo largo de las primeras tres quintas partes de la novela.
Sintetizado de la manera más superficial se tiene que el investigador ingles D.J. West presenta tres teorías del origen físico de la homosexualidad: la del origen hormonal (la cual no presenta datos definitivos, además de que se contrapone el hecho de que si fuera de carácter hormonal, sería “curable”); la de la intersexualidad, donde encuentra en Thomas Lang su máximo defensor, quien aduce que los varones serían genéticamente mujeres cuyos cuerpos han sufrido una completa inversión sexual en dirección a la masculinidad. La tercera teoría es la de homosexualidad por herencia, completamente descartada.
En cuanto al origen psicológico de la homosexualidad, Manuel Puig hace un recuento de teorías y opiniones, también a manera de notas de pie de página: “El mismo investigador D.J. West considera tres interpelaciones psicológicas: teoría de la perversión, esto es, que el individuo elige la homosexualidad como un vicio cualquiera. La diferencia es que el vicioso elige deliberadamente la desviación que le apetece, mientras que el homosexual no puede desarrollar una conducta sexual normal, aunque se lo proponga. La segunda teoría es la de la seducción, que se basa en el hecho de que las personas que sienten deseos homoeróticos, generalmente son estimulados por otra persona, pero esto no asegura que sus deseos heterosexuales se detengan. Seguidamente, la teoría de la segregación: aquellos jóvenes que vivan con personas de su mismo sexo tendrían prácticas homosexuales que los marcarían para siempre. Sin embargo, S. Lewis aclara que, por ejemplo, los escolares pupilos tendrán probablemente experiencias homosexuales, pero esto está más vinculado con la necesidad de una descarga sexual que con la libre elección de su objeto amoroso.”

En cuanto a la carga moral que se mantiene arraigado con el personaje de Valentín, idealista y con propensión a mártir, se hacen claras alusiones a su fuerte creencia en la justicia social; un ejemplo se presenta con el descontento del mismo cuando, en el tercer capítulo, Molina le cuenta un filme con seria propaganda nazi. Arregui pone en tela de juicio la trama de la película (situación que a Molina le despreocupa), ya que indican cómo es que los revolucionarios franceses llamados maquís podían ser tan cruelmente caracterizados, siendo despiadados, egocéntricos y, en una palabra, malvados.
Valentín es fuerte. Valentín es culto. Valentín quiere morir. Su trabajo está hecho. Valentín es, contrario a lo que parezca, capaz de Amar y de ser débil a causa de sus sentimientos... por lo mismo no quiere aferrarse a ninguna persona, sólo a sus ideas de libertad y justicia social. A diferencia de Molina, quien se siente escapar de la celda, pero de una manera “feliz” y casi enfermiza, Arregui sí ve más allá de la celda en la que están confinados, él acepta su realidad al tiempo que estudia, razona y ríe: “puede ser un vicio escaparse así de la realidad, es como una droga. Porque escuchame Molina, tu realidad, tu realidad, no es solamente esta celda”.
Transportando, así, de Molina y Valentín, a lo que los dos personajes en conjunto encierran. En palabras del mismo Manuel Puig, en entrevista que la revista “La Crisis” le hizo en 1986, “la novela es un tratado acerca de los roles. Los dos personajes tienen roles muy definidos, y todo consiste en separarse de esos roles para empezar a vivir. (...) Es un relejo de lo que pienso de la homosexualidad y de cómo se debe dejar de ver la sexualidad como una característica de la identidad”. Los dos personajes tienen temor de descubrir sus necesidades, las cuales se van dilucidando a lo largo de toda la novela. Estas necesidades van siendo acondicionadas para, como mencioné en el cuarto párrafo, ser libres: Molina llega a una libertad tranquilizante, cálida y silenciosa... tanto cuando está libre y observa durante 15 minutos el noroeste, punto cardinal donde está situada la Penitenciaría, para recordar e (una vez más) imaginar a Valentín; tanto si está memorizando los datos comprometedores del movimiento revolucionario encabezado por Arregui que podrían ser corrompidos por el sistema, a base de polenta descompuesta y torturas físicas al más puro estilo argentino; tanto si está besando a la persona que más quiere, la persona por la que él podría morir. Valentín alcanza, a base de golpes mentales y dolores amorosos acompañados de sus respectivas lágrimas “como diamantes”, una tranquilidad onírica y contagiosa en una conversación final con su querida Marta... es ese momento dónde se da cuenta que lo que él necesitaba no era la sensación ensimismada de sacrificarse y martirizarse, sino una mujer-araña... que lo enredara en sus redes para nunca dejarlo ir... y nunca lo dejó ir.

2 comentarios

Anónimo -

una pijas

mariano -

muyy buenooooooo